Era de noche. Aquella casa hacía mucho tiempo que estaba deshabitada, pero en el pueblo se decía que cada noche las luces, que desde hacía mucho tiempo habían dejado de funcionar, aparecían encendidas en la parte trasera, y alguien incluso aseguraba haber visto sombras y haber oído voces de niños.
Mi madre me contó que en esa casa habían vivido un matrimonio y sus cuatro hijos. Ella solo recuerda el nombre de una de las niñas, Zenaida. La madre se colgó cuando el padre decidió abandonarla y se cuenta que antes de colgarse mató a sus cuatro hijos para poder llevárselos con ella para siempre y que su marido no pudiera hacerles ningún daño.
Tras oír la historia no pude resistirme: mi mejor amigo y yo nos fuimos justo a las doce de la noche para allí. En efecto, vimos las luces en la ventana y entramos por la puerta trasera. Ambos éramos valientes y pensamos en meterle un susto al graciosillo que encendía las luces todas las noches. Subimos las escaleras y oímos voces de niños que se hacían cada vez más intensas. Pensamos que era una grabación, pero escuché un nombre: Zenaida.
Desde ese momento supe que era verdad, estaban allí. Le dije a mi amigo que nos fuéramos. Él me respondió:
- No seas cagada. ¿No te echarás atrás ahora no? Ya verás el susto que le vamos a meter a ese graciosillo.
Se lo advertí, pero no me hizo caso. Abrió la puerta de golpe y se quedó absorto. Una mujer colgaba del techo, ahorcada, y tres niños tiraban de su camisón blanco. En la esquina del cuarto, una niña rubia lloraba. Yo lo vi de lejos y ambos pudimos escapar.
Mi amigo se está recuperando del trauma; yo aún no lo he superado. Todas las noches oigo llorar a Zenaida.
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